15 febrero 2008

::EL ROCANROL NO HACE CARICIAS::

COLABORACION DE MIGUEL CANSECO PARA EL BLOG DEL CINECLUB


Además de grabador, monero, pintor y colaborador a larga distancia del cineclub, el Canseco tiene entre sus multiples ocupaciones escribir una columna semanal -La crónica del ojo- en uno de los diarios más importantes de Torreon (sólo hay dos).

Agradecemos la autorización del autor para postear este texto en el blog y de esta manera compartir con todos los que no compraron el día de ayer el "Siglo de Torreón" este artículo el cual transcribimos integro:

Crónica del ojo
Por Miguel Canseco

INFIERNO

Sin tener que experimentar el calor de Torreón con todo y sotana el papa Ratzinger ha declarado que “El infierno existe, es eterno y no está vacío” Si Juan Pablo segundo había moderado el discurso diciendo que “el infierno no es un lugar, sino la situación de quien se aparta de Dios” Benedicto trae de nuevo la flama para ablandar a los pecadores. Tehuacanazo teológico, digamos.
Pero hablarle de infierno a los humanos es ponerse con Sansón a las patadas. Nuestra especie es creadora, inventora, que digo, paridora, de toda suerte de infiernos. Los sibaritas de la condenación encontrarán las llamas ardientes en la polifonía de Gesualdo o en los paneles de El Bosco. Para gustos más modernos recomiendo las fotos de Joel Peter Witkin y un disco de Tom Waits (tal parece que todo buen arte tiene algo de infierno) Pero no necesitamos ponernos finos para acceder a la condenación: un noticiero de López Dóriga o cualquier canción chafa de Arjona pueden traer un tormento brutal para quien lo sepa identificar. Coincido, señor Ratzinger, el infierno existe. Y aquí difiero: no es eterno, es finito como una vida. Este injusto mundo del hombre, es, de hecho, el mismo infierno.

Esos pedazos de cielo que caen en forma de serenidad y placer son el contraste que nos avisa que estamos entre las llamas. Hoy, catorce de febrero hablaré de la forma más exquisita de infierno, donde se conjunta la voluntad divina con la imaginación humana: hablo pues, del amor. Festejan hoy quienes gozan de él, desde sus formas mas sencillas, tal vez pueriles, hasta quienes expandidos en su ser, no encuentran suficiente un día sino toda una vida para celebrar. Benditos ellos. El abrazo solidario para las y los solitarios que en este día encuentran razones de sobra para la amargura.

Y mi corazón va entero para quienes sufren del amor como incendio del alma, como división o duda, como reto sin cumplir, como anhelo esquivo. Hablo de los prisioneros, de los realmente enamorados. Esos que viven en el dulce infierno de la pasión (en su doble acepción de gozo y penitencia). El apasionado se atreve a morir por una causa, goza y padece la aventura. Pero duda: puede ser conquistador o traicionero, el miedo lo azuza, el placer lo desgarra. La psicología tiene su certera y como es habitual, deslucida, definición de pasión: "expresión intensa e incontrolada que monopoliza el psiquismo del sujeto encauzándolo obsesivamente hacia una meta". Góngora define mejor este infierno: “Gloria llamaba a la pena, A la cárcel libertad, Miel dulce al amargo acíbar, Principio al fin, bien al mal. Déjame en paz, Amor tirano, Déjame en paz” como siempre los buenos poetas son los indicados para manipular el amor, sustancia volátil.
Así, el que vive en estado de infierno no puede tomar una decisión ética ni remotamente justa: los valores se han extrapolado, los límites se borran, mente y cuerpo se consumen en una llama gloriosa y brutal. Penitencia, purificación, accidente. El que siente la pasión solo es capaz de expresarla con medios indirectos: tirados, como cadáveres o sombras luminosas de lo vivido se quedan las pinturas, los poemas, la música. Consuelos parciales, o invocaciones del alma que quiere completarse en el cuerpo, en el ser del otro, que se escabulle.

Hay distintas acepciones y categorías del amor. De conciencia y de espíritu, único y universal. Pero pasión hay una: la que pide permanencia a lo no permanente, la que derrumba como un sismo. La llama suave. La que nos hace polvo (polvo enamorado, dijo Quevedo) y nos expulsa placentera y dolorosamente a otro mundo, siempre incierto. Brindo pues por la pasión, el castigo sutilísimo e irreversible que Dios reserva para los que quieren ser un poco más que humanos.

PARPADEO FINAL
¿Pos qué onda Canseco?, nada pues, que este catorce me agarra como el tigre de Santa Julia, en fuera de lugar. Es una columna dedicada, cual danzón, para el club de los pandeados. A seguir pedaleando, que no queda de otra.


cronicadelojo@hotmail.com